martes, 19 de julio de 2011

Adolfo Sánchez Vázquez, el marxista


Adolfo Sánchez Rebolledo

En ocasión de los 80 años de Adolfo Sánchez Vázquez, la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM publicó, en 1995, Los trabajos y los días (Semblanzas y entrevistas), un libro en el que se recogen, como dice Federico Álvarez, editor del volumen, los discursos a campo abierto, es decir, aquellos textos, los artículos, las entrevistas o las conferencias dictadas fuera de la propia universidad y, por tanto, pensadas para un lector más amplio y diverso. Se reúnen también las reflexiones críticas sobre la obra del autor, que abarca una amplia temática e incluye a numerosos autores. En fin, es un libro muy útil pues invita a leer la extensa obra filosófica, política y literaria de Sánchez Vázquez, subrayando sus aspectos más vivos, su actualidad. Por ejemplo: a mediados de los años 80, antes del derrumbamiento del entonces llamado socialismo real, el marxismo atravesaba por una crisis que hizo a muchos abandonarlo como una teoría inservible. La vitalidad de otros tiempos se había apagado casi por completo, no obstante el imposible impulso reformador surgido en la Unión Soviética. ¿Tenía sentido ser y llamarse marxista en esas condiciones? ¿No pesaba demasiado la sombra del escepticismo como, en homenaje a Montaigne, en 1985 le cuestiona a Sánchez Vázquez el filósofo Héctor Subirats? He aquí la respuesta:

Efectivamente son 50 años de mi vida los que están vinculados con el marxismo, tanto en el terreno práctico como en el terreno teórico. En esos 50 años, a través de mi modesta persona, en cierto modo se puede registrar lo que ha sido un periodo de la historia del marxismo; he conocido el desenvolvimiento del marxismo en diferentes fases; he vivido en mi juventud toda la época de un marxismo dogmático, institucionalizado, sectario, que se convertía, en contra de lo que Marx pensaba, en una negación de su espíritu crítico; he vivido después el desarrollo del marxismo a través de la experiencia, aunque no personalmente, de los sistemas que se han construido en nombre del marxismo. La conclusión a que llego, después de todo ese largo periodo, es que muchas esperanzas, muchas ilusiones se han venido abajo, justamente al ver cómo, en nombre del marxismo, se han cometido desafueros que son su negación misma. Pero, naturalmente, esto ha hecho mi espíritu más crítico y, por tanto, más marxista, pues el marxismo, en definitiva, como Marx lo concibió, es inconcebible sin la crítica y la autocrítica. Estas experiencias negativas, que la práctica, la realidad ofrece, me han hecho más crítico con respecto a las diferentes experiencias, ideas o teorías. Desde mi punto de vista, el marxismo ha caducado en una serie de aspectos. Hay tesis que no se han confirmado, que la realidad ha refutado, pero en ese caso hay que hacer lo que habría hecho el propio Marx: no tratar de ajustar la realidad a las tesis que tratamos de explicarnos, sino forjar nuevas tesis que traten de explicar esa realidad. En mi opinión, el marxismo es fundamentalmente una teoría que pretende explicar, comprender el mundo, para contribuir a transformarlo. De esta forma, en cuanto que subsiste la necesidad de transformar un mundo en el que rige la opresión, la explotación del hombre por el hombre, la explotación de los pueblos, me parece que el objetivo fundamental del marxismo es hoy tan válido o más de lo que fue en sus comienzos. Creo por esto que hay que desarrollar un espíritu crítico, así como cierto escepticismo, un escepticismo que habría aprobado Marx: recuérdese su respuesta al cuestionario que le presentó una de sus hijas: hay que dudar de todo. Así pues, la duda, no una duda absoluta, sino una duda metódica, hasta que se compruebe lo que se está sosteniendo, es siempre muy provechosa y legítima. Así las cosas, una dosis de escepticismo frente a todo dogmatismo, y sobre todo una dosis constante de crítica, no hacen sino reforzar la actitud marxista, independientemente de los aspectos que deban ser rexaminados o de los que deban ser excluidos.

Años después, en entrevista con el periodista Fernando Orgambides, (1992), salía al paso de quienes afirmaban que el fin del mundo bipolar anunciaba el fin de la historia, a lo cual Sánchez Vázquez replicaba:

La historia no ha llegado a su fin porque el capitalismo liberal haya demostrado que, con su victoria contra el nazismo y después contra el socialismo real, ya no tiene adversarios. Yo considero que el capitalismo actual, muy distinto del que conoció Marx hace siglo y medio, es un régimen injusto, pese a las ventajas y logros sociales que hayan podido obtener los trabajadores en todo este tiempo. Por lo tanto, mientras exista el capitalismo, sigue siendo necesaria una alternativa no capitalista que dé solución a los problemas de injusticia, desigualdad y explotación que este sistema, por su propia naturaleza, no puede resolver. Independientemente de que en este momento concreto este ideal, en cierto modo, haya sido desacreditado por las experiencias negativas de lo que se ha hecho en su nombre y no se den las condiciones o no haya fuerza para abanderarlo, el socialismo en su esencia es necesario y deseable. Y no sólo por razones políticas o económicas, sino también por razones incluso morales.

Esa fue la columna vertebral de su obra como filósofo, la razón de ser de su militancia y el fundamento de su inquebrantable fuerza moral. Para nosotros sus hijos, nietos, sobrinos, se fue el ser amado, el hombre abierto, sensible, el maestro y el amigo. Agradecemos a todos los que en estos días han ofrecido genuinas muestras de cariño y solidaridad.

Tomado de: La Jornada. Sección: Opinión. 14 de julio de 2011.

Sánchez Vázquez: la congruencia


Ángel Guerra Cabrera

Con la muerte de Adolfo Sánchez Vázquez el marxismo pierde a uno de sus exponentes más creativos de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en Algeciras en 1915, fue en Málaga donde adolescente despuntó como militante comunista y publicó sus primeros poemas, uno de ellos en la revista Octubre, editada por Rafael Alberti. Allí funda la revista literaria Sur y participa en el advenimiento de la república (1931) a la que defendió desde la poesía y el periodismo. Fue uno de los organizadores del memorable Congreso de Intelectuales Antifascistas durante la guerra civil y combatió en las filas republicanas en las batallas del Ebro y Teruel (1938).

Después de Teruel, Sánchez Vázquez cruza a Francia, de donde se dirige al México solidario del Lázaro Cardenas que acogió a una ilustre legión de exiliados españoles. Aquí publica El pulso ardiendo, su primer libro de poesía (1942), escrito en España, y continúa su labor política en la Unión de Intelectuales Españoles en México, presidida por León Felipe, y en la activa célula del Partido Comunista de España, de la que es dirigente hasta que a mediados de los años 50 choca con la dirección partidista en el exilio, a la que censura no tomar en cuenta en sus decisiones los criterios de sus organizaciones de base. Este hecho permite que Sánchez Vázquez, ya en la madurez, pueda concentrar sus energías en desarrollar su vasta obra teórica y proseguir su labor docente de medio siglo en la UNAM, donde había cursado estudios de Literatura y Filosofía. De su tesis doctoral surge Filosofía de la praxis (1967), acaso el más importante de sus libros, ampliado en varias ocasiones, donde pone el acento en la práctica como ingrediente principal del marxismo en contraposición a la ontología cosmológica del Diamat soviético, la epistemología de Althusser y la continuidad lineal entre el empirismo de Galileo y Marx (Della Volpe y Coletti). Sus aportes a la estética marxista son trascendentes.

Tal vez la originalidad de su pensamiento obedezca en parte a haberse desarrollado en el México –punto de observación privilegiado y él mismo actor protagónico– del escenario social y político volcánico y multicolor de América Latina, con su singular saga de rebeldía anticolonial, antineocolonial y por la emancipación humana. En Vida y filosofía (1985), Sánchez Vázquez refiere el punto de giro en su evolución: “La experiencia personal acumulada en mi práctica política junto con la que pude conocer, hacía ya largos años, desde fuera pero cerca del Partido Comunista Mexicano, me predisponían a adoptar una nueva actitud teórica y práctica. Toda una serie de acontecimientos me llevaron a adoptarla efectivamente: las revelaciones del XX Congreso del PCUS… el impacto de la revolución cubana, que rompía con esquemas y moldes tradicionales y… la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia… de finales… de los 50 me vi conducido no ya a buscar cauces más amplios en el marco del marxismo dominante, sino a romper con ese marco… de la visión estaliniana del marxismo, codificada como ‘marxismo-leninismo’... me esforcé por abandonar la metafísica materialista del Diamat, volver al Marx originario y tomar el pulso a la realidad para acceder así a un marxismo concebido... como filosofía de la praxis.”

Es en Filosofía, praxis y socialismo de Marx y De Marx al marxismo de América Latina, donde sobresale su crítica al eurocentrismo y el rescate del marxismo latinoamericano de Mariátequi y de Ernesto Che Guevara. En su revalorización del Che pone de relieve su pensamiento sobre la praxis y su crítica al realismo socialista, aunque desde semanas después de la muerte del guerrillero (1967) ya había calificado su trabajo El socialismo y el hombre en Cuba como una de las aportaciones teóricas más valiosas que pueden encontrarse sobre la concepción marxista del ser humano.

Comunista hasta el fin de sus días Sánchez Vázquez fue una de las personalidades más activas en la fundación en México de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad (2003), valiosa herramienta en la lucha de ideas contra la política de guerra del imperialismo estadunidense. En entrevista con La Jornada, al cumplir 95 años, afirmaría: Hoy más que nunca es necesaria una alternativa al capitalismo puesto que no sólo significa un peligro para la clase oprimida y explotada… pone también en peligro la supervivencia misma de la humanidad.

Tomado de: La Jornada. Sección: Opinión. 14 de julio de 2011.

El maestro Adolfo Sánchez Vázquez


Andrés Barreda

Hijo de la República Española, combatiente de la Guerra Civil y exiliado en México, militante del Partido Comunista Español en México, poeta y filósofo de la praxis, o la poeisis como gustaba explicar subrayando la conexión de fondo que existe entre la actividad poética y la actividad creativa, y por lo cual, consecuentemente, se convirtió en un filósofo del arte y de la revolución comunista. Promotor del compromiso histórico, el rigor en la lectura, el pensamiento por cuenta propia y el poder pedagógico del ejemplo personal, fue siempre un activista y compañero solidario de las causas justas en España y en Europa, en México, en América Latina y en el mundo entero.

Como bien recuerda Jorge Juanes, uno de sus primeros y más entrañables alumnos de los años sesenta, Adolfo Sánchez Vázquez no tuvo maestros personales importantes. Partiendo de sí mismo, harto de los dogmatismos, la tonterías e injusticias que entrañaban las posturas dogmáticas y autoritarias dentro del Partido, realizó un esfuerzo ético e intelectual extraordinario al momento de construir en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) un espacio de lectura directa y permanente de Marx, especialmente de los textos de juventud, que en los años 60 y 70 eran superficialmente estigmatizados como humanistas burgueses e idealistas. La creación de este espacio pionero enriqueció de forma decisiva la formación crítica de diversos filósofos que por sus ideas y compromisos marcarían a una parte de la izquierda de México, como fue el caso de Bolívar Echeverría, Carlos Pereyra, Armando Bartra, Gabriel Vargas Lozano y Andrea Revueltas, entre otros.

Lejos de la soberbia y el lenguaje rebuscado, forjó con su estilo literario sencillo y claro, su forma pausada y ordenada de presentar los problemas y las discusiones más intrincadas de la filosofía y la estética contemporáneas. Manuel Lavaniegos, otro alumno de los años 70, en su momento observó que las ideas de R. M. Rilke al reconstruir el trabajo de Rodin en su taller (Carta a un Joven Poeta) coincidían profundamente con el modo en que el maestro concebía el arte: un proceso de trabajo radicalmente creativo. Asunto que Sánchez Vázquez puso orgánicamente en práctica al demostrar con su vida misma que el acceso a los grandes temas se gana como el pan, trabajando todos los días, sin desplantes que simulen profundidad o radicalidad, pero cuidadosa y críticamente, alejado de lo que él llamaba la praxis reiterativa. Atento, paciente y persistente promotor de la lectura directa de los clásicos, defensor de la unidad abierta que Marx descubre entre el sujeto y el objeto; reconstructor de la génesis del pensamiento crítico fundamental y constructor de una estética basada en una original filosofía de la praxis.

En sus libros y en el aula, fue incansable difusor y polemista dentro del mejor marxismo crítico occidental, promoviendo seminarios de lectura de Lukács, Brecht, Sartre, Korsch, Kosik, Gramsci, Lefebvre, Della Volpe y otros imprescindibles. Fue defensor de la necesidad histórica de criticar la totalidad de la sociedad burguesa desde su raíz, desde el hombre mismo, así como las modas y dogmatismos que degradan a la izquierda, el positivismo imperante en nuestras universidades, el estructuralismo althusseriano y el cinismo posmoderno.

Desde los años 60 fue un reconstructor pionero de las dimensiones ética y estética de la vida. Primer traductor y compilador en habla castellana de importantes reflexiones críticas de la estética marxista del siglo XX, promotor entre las nuevas generaciones de jóvenes críticos de la lectura rigurosa de la literatura, el disfrute inteligente e informado de la pintura, la escultura, la música, lo mismo que la arquitectura y el teatro, del estudio sistemático de la historia del arte y, si fuera posible, de practicar la creatividad artística.

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Adolfo Sánchez Vázquez, en su casa, en junio de 2003Foto Luis Humberto González

Con estas herramientas, el maestro formó y acompañó a sucesivas generaciones de pensadores críticos no sólo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM sino de otras facultades y universidades y de otros espacios, de donde acudíamos para aprender su lectura del joven Marx. Fruto sencillo pero cuidadosamente perfeccionado por el persistente aprendizaje que brinda el trabajo, obra de arte de sí mismo, el maestro de talla internacional abrió múltiples puertas y ventanas para salir del encierro en lo seudoconcreto hacia todos los jardines y senderos de la praxis y la relación estética con nosotros mismos.

Con su terso tono de voz y su suave acento andaluz que nunca abandonó, demostró en lengua española la dimensión filosófica, ontológica y espistemológica de la teoría del proceso que encontramos en el capítulo V del tomo I de El capital, de Marx, así como la conexión fundamental entre este razonamiento y la crítica al trabajo enajenado. Por ello, su Filosofía de la praxis sobrevive casi incólume al ruidoso desplome y el espeso polvo que levanta la caída del muro de Berlín y hoy sigue siendo necesaria para preguntarnos, una y otra vez, por el fundamento de nuestra experiencia y para discernir lo esencial de lo aparente.

Cuando en las librerías de los años 60 y 70 casi sólo se ven-dían manuales soviéticos de materialismo dialéctico e infinidad de autores dogmáticos, cuando en las aulas de la misma Facultad de Filosofía y Letras los profesores y estudiantes atacaban o defendían la grotesca caricatura estalinista de Marx, Adolfo Sánchez Vázquez reconstruía el modo en que la intrincada unidad dialéctica entre el ser humano y la naturaleza se dirimió y se resolvió en la temprana confrontación de Marx con Hegel y Feuerbach, explicaba el modo en que este dilema es una de las principales claves para reordenar la comprensión crítica de la historia de la filosofía y repensaba las dificultades permanentes que Occidente siempre ha tenido para comprenderlo, tanto desde el idealismo como desde el materialismo.

Sobre esta base, Sánchez Vázquez defendía el socialismo democrático necesariamente asentado en el diálogo verdadero, es decir, en la reconstrucción de una nueva socialidad no sólo prescindiendo de las clases sociales y el dinero, sino también proveyéndola de un pensamiento abierto a los argumentos meditados y construidos colectivamente, dotado de coherencia lógica, formal y dialéctica y de memoria –que el capitalismo ha convertido en un lujo–, capaz de reconocer fundamentos, en el que ocupa un lugar central el cuestionamiento siempre abierto que, por su propia naturaleza, genera la praxis.

Durante los últimos 30 años de su vida, Sánchez Vázquez reaccionó a los nuevos retos históricos que suscitó el neoliberalismo y la nueva crisis del marxismo con fidelidad consigo mismo y con un incansable esfuerzo desdogmatizador. Lejos de los reflectores de la sociedad de consumo, respondió con una revisión autocrítica y una indagación de los posibles presupuestos equivocados de su filosofía e incluso del marxismo occidental. Autocrítica que desarrolló sin pretender nunca ingresar al oscuro y aterciopelado sótano de los reconocimientos académicos y televisivos, o escuchar los emplomados aplausos neoliberales. Su autocrítica, ejemplar por su honestidad ética, buscaba fortalecer la lucha de las siguientes generaciones contra la barbarie desbocada y ayudar a reconstruir colectivamente nuestras relaciones económicas, políticas y culturales, nuestra ética y nuestra relación con el arte, el conocimiento y la felicidad. Consciente de que sólo así podremos construir, libremente y entre todos, el socialismo del siglo XXI.

Tomado de: La Jornada. Sección: Opinión. 14 de julio de 2011.

Don Adolfo (1915-2011). Un episodio en revista


Teresa del Conde

Igual que distinguidos colegas, algunos de ellos por desgracia ya desaparecidos, fui alumna del doctor Adolfo Sánchez Vázquez en la Facultad de Filosofía y Letras. No sólo eso, asesoró mi tesis doctoral que con su permiso titulé Las ideas estéticas de Freud, glosando el de una de sus más divulgadas contribuciones sobre Marx. Con su proverbial generosidad, accedió a asesorarla y acometió relecturas de Sigmund en traducciones de Luis Ballesteros y de Torre.

No es a eso a lo que quiero referirme en esta nota . Gracias a un regalo que me hizo mi primo-hermano: Antonio del Conde (alias El Cuate, participante en la Revolución Cubana) cuento con varios ejemplares de Romance. Revista popular hispanoamericana, que circuló en países de nuestro continente. Al primer golpe de ojo superficial, me percaté que la dirigía Juan Rejano y que Pedro Garfias era colaborador, al igual que don Joaquín Xirau y Juan de la Encina.

Me empeñé en buscar colaboraciones del maestro y encontré varias a partir del 15 de marzo de 1940 en el número cuatro de lo que fue una publicación quincenal, hermosamente ilustrada. Ese artículo es el más explícito en cuanto al destierro de los que allí publicó y se titula La decadencia del héroe, Un héroe recorre los campos calcinados de mi Patria…el héroe anónimo…Le he visto nacer cada mañana en su combate con la fatalidad, o morir.

Para alejar de sí la pesadilla de guerra que los envolvía en la vida real, se sumergió en la lectura de Celine, Giono, Kafka, Sartre, Queneau. Anota que su deseo sería que vinieran esos hombres que vio combatir a enterrar con brazos vigorosos la floración sombría, esta declaración de odio a la alegría y a la felicidad del hombre. Al referirse a Celine, en Bagatelas para una masacre, comenta que el autor se hunde en las más abyectas tinieblas en tanto que para Queneau la vida no es más que un rudo invierno.

Para el primero de abril del mismo año, ha pasado a colaborar en la sección los libros por dentro, integrada por tres o cuatro autores. Su primer artículo: La poesía encadenada, versa sobre el joven poeta Juvenal Ortiz, quien le hizo llegar su libro Flor cerrada. Encuentra en ese volumen, publicado en Montevideo, una excesiva preocupación por la imagen, cosa que debilita la fuerza y el vigor del poema, aprisionando sus raíces más puras. El autor uruguayo es un poco gongorino y el mejor de los poemas es, según su criterio, Tu sangre.

En otro artículo comenta La rama viva y el amor eterno, de Francisco Giner. El poeta va orquestando un canto inquietante y brumoso… desesperado, pero no desesperanzado. Esos versos fueron escritos en su mayor parte con anterioridad a la honda tragedia humana vivida recientemente en España; sin embargo, carece de sangre poética, por lo que se espera un nuevo libro del mismo autor, ya que todo lo vivido resbala sin dejar una mano profunda. A Sánchez Vázquez, entonces de 25 años, lo vivido no se le resbaló.

El 15 de mayo de 1940 denuncia: A la luz del falangismo, la picaresca también pertenece a la Anti-España. En torno a la picaresca trata primordialmente de El Lazarillo de Tormes. Termina con estas palabras: nos sentimos más que nunca atados a la sangre y a la palabra de nuestra tierra.

Acude a los temas de México, la nota previa la dedica a Pancho Villa, el héroe y el hombre, y es resultado de su lectura de la tercera parte de las Memorias de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán, en la edición de Botas, que acababa de aparecer. Alaba la veracidad y la calidad del escritor, quien por cierto es asimismo colaborador de la Revisa popular hispanoamericana.

Continúa involucrado con la poesía, En Ángeles y vírgenes en la poesía comenta Ciclo de vírgenes, de Manuel Ponce, (editorial Abside). Ponce ofrece ecos de Rafael Alberti y proporciona ejemplos pareados de uno y otro, pero advierte que se trata de resonancias albertianas, recuerdos y coincidencias, ya que líbreme nadie de hablar precipitadamente de influencias.

Aborda una antología del cuento hispanoamericano en su nota Perfil del cuento en América, de Antonio R. Manzor. Exalta las visiones de la naturaleza, sobre todo las ingobernables y desbordadas y aquí yo le encuentro una tesitura romántica.

Algunas veces conviví socialmente con don Adolfo y con Aurora, su mujer, incluso en una ocasión tomamos secos en un madrileño bar de tapas, eso ocurrió, ¡claro!, mucho después de terminado el franquismo. Sin embargo, él no regresó con su familia a vivir en España, su intensa vida familar fue mexicana. Durante la celebración de sus 90 años, aún resuena el sonido de su voz con acento andaluz emitiendo un goya con el que terminó sus agradecimientos a quienes participamos en el aula magna, repleta de estudiantes, familiares y amigos.

Tomado de: La Jornada, 19 de julio de 2011. Sección: Cultura.